De qué se trata esto?

miércoles, 20 de enero de 2010

Sobre como se ve el alcohol, si lo agarras de entrecasa.

También acerca de la relación entre espacios físicos, emocionales y algunas imágenes internas…


Para descargar el pdf y leerte esto cómodamente en el baño, el bondi o la cama, hacé click acá.



Ya comente que el eje temático sensaciones en el pecho - elaboración de la enfermedad de mi padre - relación con ambos padres - maduración personal - elaboración del cáncer y muerte de mi primo - elaboración de mi propio hiv produjo, a lo largo de casi tres años, un buen montón de páginas de reflexiones.

Llegó el día en que decidí soltar lastre y perder la oportunidad de documentar este proceso, esperando ganar a cambio la posibilidad de terminarlo o, por lo menos, aligerarlo y atravesar más rápido las etapas dolorosas del mismo.

Si bien hacía ya rato que los dolores más intensos habían terminado, aún no llegaba a sentirme bien.

La frase recurrente con Alicia era algo como “antes me sentía realmente muy mal, así que ahora como que no puedo quejarme, pero…”

“Pero no querés sentirte menos peor, sino bien”, terminaba ella, y estábamos de acuerdo.

Los temas que atravesé desde que dejé de escribir hasta hoy tuvieron que ver con mi sexualidad, con el miedo, con el enojo hacia mis padres, con la aceptación del presente y con la capacidad de sentir.

Cierta noche, medio desperté sintiendo, en la semiconciencia propia de esas horas, el tirón de la marea y casi supe que todo había sido un corto sueño sin futuro: que nunca llegaría más lejos que esa pieza de hotel, y que dentro de poco habría tenido que volver a casa de mi madre, para no salir más.

Morir o no de sida unos meses después era un epílogo que traté de imaginar antes de volver a caer dormido, porque era menos terrible que verme llegar a viejo a la sombra de mi madre.

Ese mismo sábado me agarré una borrachera inesperadamente fuerte, tal que me levanté el domingo a vomitar durante cinco horas, y recién el lunes pude incorporarme de veras e ingerir algo.

El domingo, mientras me sentía enfermo y me preocupaba por mi futuro en todo sentido, también tuve inexplicables arranques de bienestar anímico.

Ceci pensó en Eros y Tánatos cuando se lo conté.

Es imposible que uno determine de manera convincente para otros si fue o no víctima de un mecanismo de compensación, pero no me convenció lo de Ceci. Estaba bastante seguro de la legitimidad de las
sensaciones que había atisbado desde mi resaca.

A partir del lunes, sin embargo, toda sensación de bienestar desapareció y sólo deseaba beber.

Se me hizo evidente que el efecto más pernicioso del alcohol en mí es el quiebre de la confianza: todo lo que fresco me parece tangiblemente cierto se vuelve no solo dudoso, sino casi su mismo negativo: la espera es estancamiento, el descanso enfermedad, mis diferentes capacidades, vanidad estúpida, todo plan irrealizable.

El único incentivo que me lleva de un día al siguiente es un erosionado impulso hacia la vida y la terca repetición de palabras vacías de auto aliento.

Ciertas.

Pero vacías.

En la siguiente sesión con Alicia, en el trance me sugiere que “me haga chiquito y entre por mi boca”.

Los paseos por el interior del cuerpo son parte regular del trabajo, uno de ellos que nunca postée me produjo sensaciones que sólo había experimentado antes bajo el influjo de alucinógenos potentes.
Esa vez me valió un reto de Ali: “esto no es una pepa, no estás jugando: estás trabajando con tu salud mental y la dirección de tu vida”.

Esta vez, al caminar por mi pecho, lo veía como el bodegón de un barco roto. El sol entraba por la parte superior y el piso cubierto de agua sucia.

Las paredes estaban llenas de barro y el pulmón derecho entero era una masa taponada de materia marrón nebulosa.

Escuché una voz, susurrante y desde no muy lejos, que decía “dejate caer y morí”.

La reconocí claramente, llevaba toda la semana escuchándola.

En realidad, me dí cuenta, llevaba años escuchándola.

La seguí, por el camino que llevaba al corazón, donde encontré, apoyada como si hubiera entrado a escondidas por la puerta de atrás, una araña azul gigante, mezcla del bicho de alien y una fantasía de “El quinto elemento”.

Susurrándole desde detrás del oído, a mi corazón, “dejate caer y morí”.



















Ilustración: Luciano Vecchio.




La empecé a sacar a patadas, mientras le contaba a Alicia lo que veía y mi sensación de que “siento que yo soy mas fuerte que este bicho, pero no tanto: estoy pudiendo sacarlo, pero no sé si lo voy a lograr realmente”, mientras ella casi me gritaba que llamara mi guía.

“No quiero llamarlo”, dije, mientras igualmente lo invocaba “porque le va a hacer daño a este bicho”.

Efectivamente mi guía, el gaucho José, llegó facón en mano y mi mirada se desvió sola mientras sabía que estaba acuchillando salvajemente al bicho, cortándolo en muchos pedazos.

Sabía que lo iba a matar si lo llamaba.

Lo que no sabía era que cuando volviera a mirar y viera sus restos despedazados, me alegraría tanto.

Esa semana me llegó la frase “la alegría salvaje de vencer al enemigo”.

De asegurar la propia supervivencia por la fuerza y la imposición.

Acto seguido, mi guía comenzó un trabajo que solamente pude ver / entender como la irrigación de mi corazón con una gran cantidad de energía, que no pude llegar a ver de dónde llegaba.

El corazón colgaba de algún lado como un fruto madurando, y la energía era tanta, que en cierto momento lo cubrió como una marea, y supe que no volvería a aparecer por un tiempo.

Alicia me pidió que le preguntara a José si faltaba algo por hacer, y éste extendió una estructura de alambre de púa alrededor de mi corazón, como un alambrado protector.

Al charlar después mi sensación de que esa estructura no era de por sí suficiente, Alicia explicitó: “estoy convencida de que lo que le va a abrir las puertas al enemigo es el alcohol. Está en vos tomar o no”.

“Te aconsejo que le pidas ayuda a tu guía para no tomar”, fue lo último que me dijo, y a partir de acá la cosa se me empieza poner espesa, porque a la semana siguiente conocí a la otra paciente de Alicia con hiv, a quien está por dar el alta por considerar finalizado el tratamiento.*

Mi guía es un gaucho, el suyo es un ángel, y dice hablar frecuentemente con Cristo.

Y yo la veo tan bien, que quisiera sentirme como ella, así que empecé a hacer esfuerzos concientes y constantes por acostumbrarme a hablar con mi guía en toda circunstancia.

Temo que dentro de poco, me encuentren hablando con ángeles.

Y no es joda.

Si me sirve, lo voy a tomar.


Entre las muchas cosas que hablamos, me preguntó por mi vida sexual, y mi contestación fue honesta: “tuve algunas experiencias desde la infección, pero ahora está todo suspendido”.

“¿Porqué suspendido?”

“No lo tengo claro, pero siento que me están apareciendo nuevos espacios emocionales, nuevas dimensiones afectivas, que todavía no terminan de cuajar”

“¿Nuevos espacios emocionales, nuevas dimensiones afectivas?”

“Si, no puedo explicarlo mejor… como que antes, aparte de coger y a veces charlar, no había mucho más para lo que quisiera una pareja. Y ahora me están apareciendo nuevas necesidades y posibilidades, otras ideas acerca de compartir mi tiempo, a mi mismo y de recibir o tener a alguien cerca, pero son demasiado nuevas para que las termine de entender o las pueda usar o satisfacer”.

“Mm.. creo que entiendo…”.

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Alicia me habló de Paula, masajista.

Decidí tomar una sesión con ella, le dejé mensaje, me contestó, no me quiso decir por teléfono lo que cobraba y al encontrarnos en persona tuvimos una larga charla donde encontramos gran coincidencia de puntos de vista, y me explicó que no me había querido decir el precio por teléfono por que “algo le dijo que convenía ajustarlo en persona” y que le parecía importante, ahora en persona, aclararme que “no me
perdería el tratamiento por falta de dinero”.

Es esa clase de gente.

En esa primer sesión me trabajó los pies con delicadeza y la espalda con el codo.

Mis apoyos cambiaron en el momento y hasta el mismo viernes siguiente, mi cuerpo siguió acomodándose como resultado de ese masaje.

Cada día, algo más iba a ponerse en su lugar, solito.

Me dijo que en el trabajo había sentido que la tensión de mi cuerpo tenía que ver con un momento de “romper estructuras”.

Estructuras “que son y no son tuyas: que son tuyas porque te tocó vivirlas, y son un lugar al que volvés, pero nada más que eso”.

“Me viene constantemente la imagen del elefante encadenado”, dijo.

Dando vueltas un día en casa, me encontré pensando en aquella sensación de retorno inevitable a casa de mi madre, y en que dicha sensación había sido solamente la manifestación de un temor específico: el temor a lo desconocido porque, rompiendo los moldes de mis padres al mismo tiempo que mis lazos con ellos, me encontraba ya sin imágenes que proyectar hacia el futuro.

“A partir de ahora, todo es desconocido”, me decía, “y eso da miedo”.

Y de repente me dí cuenta de que no, no me daba miedo.

A mi no.

El que sentía miedo era mi padre, a través mío.

Me deshice del miedo desde entonces, aunque cierta desazón me acompañó todavía una semana más, hasta la segunda sesión.

La segunda sesión, Paula desempacó su repertorio esotérico y usó piedras, además de maniobras de quiropraxia y reflexología.

Empezó por repetirme, sin saber, mis propias consideraciones acerca del pecho: que contiene los dos chacras más vinculados a las emociones y sentimientos, que de su estado dependía la libre expresión y ejercicio de ellos, etc., etc.

Al terminar no solo me sentía inmensamente más liviano, sino que mi esternón ligeramente hundido, del cual se había descartado por otros profesionales que pudiera modificarse, había crujido al abrirse cerca de dos centímetros.

Por si no lo saben, dos centímetros mas de amplitud en el pecho, es un montón.

Un nuevo espacio, cerca del corazón.

“Es otro cuerpo” le dije, emocionado.

“Es el tuyo de veras” me respondió, contenta.

Me sentí lo más cercano a pleno que me sintiera en mucho tiempo, quizás en toda mi vida.

Por primera vez, bien.

Realmente bien.

A partir de ahora, todo es desconocido.



*A la fecha, ya le dio el alta. Ella continúa ahora estudiando con Alicia para aplicar lo que aprenda a su propio método terapéutico.

jueves, 14 de enero de 2010

Desprogramación o remoción de lo negativo en nuestra historia personal

Inauguramos la sección "Servicios".
Próximamente en este mismo blog, o en otro propio, masajes y lecturas de tarot. Estoy preparando los textos que expliquen más o menos qué tipo de masaje, de lecturas, de qué hablamos cuando decimos cualquiera de estas cosas, etc.
Las FAQ´s, que le dicen.
Lo que se presenta hoy acá es un ejercicio hiper sencillo, muy útil, fundacional, que me diera Alicia Valero.
Se realiza en una única sesión de menos de una hora y estoy positivamente convencido de que es una herramienta súper útil para el autodesarrollo.
Cobro por aplicarlo por el sencillo motivo de poder disponer de mi tiempo con las menores presiones económicas posibles, pero no es lo fundamental: cualquiera que piense que lo necesita y no dispone de los $50, nada más comuníquese a muduriaga@hotmail.com, o al 15 61 70 79 44, y hablamos.
TIENEN que saber que es infinitamente más probable que los saque volando a la primer ida y vuelta con el horario, que por cuestiones económicas. El dinero no, pero el tiempo sí es para mí muy importante.
Los invito a leer de qué se trata la desprogramación de lo negativo, lo más importante que deben saber es que


No se trata de palabras, sino de acciones...


1-Para qué es esto.

El objetivo de la desprogramación es ayudar a la persona a modificar su conducta en aquellas áreas en que la misma le produce molestias, problemas, dolor o sufrimiento.

2-Dónde trabaja esto.


Los seres humanos tenemos una serie de recursos para manejar nuestra conducta.
Somos concientes de muchos de estos recursos, y no lo somos de muchos más.
Todos nuestros recuerdos, por ejemplo, están en algún lugar, “olvidados”, hasta el momento de recordarlos y traerlos a la conciencia.
Evidentemente el hecho recordado “vive” dentro nuestro, pero hasta el momento de recordarlo ni el hecho, ni el mecanismo por el cual lo recuperamos, son visibles para nuestra mente.
Todos los hechos que hemos vivido, recordados o no, nos llevaron en su momento a sacar alguna conclusión al respecto.
Hay dos reglas generales: a)- todas las conclusiones que sacamos en el momento son correctas, y b)- eso no significa que vayan a ser correctas para siempre.
Pero las conclusiones implican asumir una posición, o aprender una conducta respecto de algo.

Así como hay un mecanismo que se ocupa de recuperar los recuerdos almacenados, hay otro mecanismo, que por una convención ya establecida llamaremos “computadora”, que se ocupa de automatizar las respuestas y las conclusiones que se derivan de los hechos a los que la persona se ve expuesta más seguido.
La “computadora” no reside en la conciencia regular ni en el inconciente profundo sino en el espacio intermedio del subconsciente, y tiene manejo de un campo amplio de cosas: las respuestas conscientes, inconscientes, voluntarias e involuntarias de la persona y de su organismo, porque así se asegura la mayor eficacia en su función, que es la de minimizar la energía y tiempo dedicados a calcular y evaluar situaciones, para optimizar la capacidad de respuesta.

Supongamos el siguiente ejemplo: una persona vive en un lugar donde puede cruzarse con perros agresivos, digamos cerca de un bosque.
Esta persona necesita poder discernir muy rápidamente si está en peligro o no, y actuar en consecuencia.
La computadora toma nota de las experiencias previas, de lo que se diga en el entorno, de lo que la persona haya aprendido por si misma y de otros, y asocia la idea “peligro” a cualquier manifestación de “perro”.
Con esto, a la menor señal de un perro, el sistema nervioso de la persona segrega adrenalina y la pone en guardia y listo para correr o pelear, con lo que hay un montón de pasos previos de preparación que la persona se ahorra: no tiene que preguntarse si hay o no hay un perro, esperar a verlo, preguntarse si será o no será peligroso, ni esperar a recibir una mordedura para decidir qué hacer, porque la programación de la computadora ya tomó todas las decisiones al respecto, y la persona ya está lista para actuar en consecuencia. Esta velocidad de reacción es valiosísima y puede salvarle la vida muchas veces.

La misma acción se aplica al aprendizaje de todo aquello que ocurre cotidianamente en la vida de la persona: todo lo positivo o negativo, que ocurre regularmente, propicia reflejos condicionados y respuestas pre hechas, que la mente conciente no decide. La mente conciente tiene una especie de “arreglo” con la computadora, tal que le delega la responsabilidad de dar respuesta a un montón de cosas, para estar ella misma libre de atender a otras. Cada parte con sus asuntos.
Y aquí llegamos a la potencial fuente de problemas: la realidad verdadera, inmediata, no es asunto de la computadora: para eso están la mente conciente y otros mecanismos ubicados en el inconciente.
O sea que si las condiciones cambian, la computadora sola no se entera, y sigue repitiendo las respuestas programadas a cada estímulo.

Pero siempre, en algún momento, las condiciones cambian, y hay que modificar la programación.
Supongamos que la persona del ejemplo se muda a la ciudad, donde no hay perros salvajes, sino que absolutamente todos están domesticados. La persona está rodeada de perros, hay señales de ellos, por todas partes, pero ya no corre peligro.
Pero su computadora continúa programada para predisponerlo a la lucha y la huída cada vez que capta señales de presencia de perros, incluso aunque sean tan mínimas que estén por debajo del umbral de la conciencia. Esta persona va a estar permanentemente estresada y angustiada si necesidad, y muchas veces sin saber ni porqué.
Eventualmente, la mente conciente puede establecer conexiones y decir “uy, me acabo de asustar de un perro, esto es lo que estoy sintiendo estos días que me tiene tan mal, tengo que hacer algo porque ya me dijeron que acá los perros no atacan, mirá esa ancianita pasea tres juntos y no se la comen, ya basta con esto, dejémosnos de joder con el miedo a los perros”, y hacer que la persona tome las acciones necesarias para reprogramar la computadora.
La computadora siempre se programa y reprograma mediante hechos y acciones. Verbalizar una intención también es una acción, pero esto es un detalle.

En el caso del ejemplo, la reacción de la persona a los perros no era una fobia, sino un aprendizaje útil en un contexto e inútil en otro. Si la persona es conciente de cuándo asumió el primer aprendizaje, su mente conciente puede atar cabos y decir “las condiciones cambiaron, esto ya no es útil”.

Pero no todos los aprendizajes están disponibles a la memoria.

Hay dos tipos de aprendizajes, los tempranos y los traumáticos, que se mantienen regularmente fuera del alcance de la mente conciente, y por lo tanto no son susceptibles de reprogramación, excepto en circunstancias extraordinarias, o con muchísimo tiempo y reflexión, que en general no tienen otra motivación de ser hecha más que, justamente, circunstancias extraordinarias.

Los aprendizajes tempranos son aquellos que se olvidan a la edad aproximada de cinco años, cuando sobreviene el fenómeno común conocido como “amnesia de los cinco años” o “amnesia infantil”, que abarca el período de la etapa edípica. Permanecen fuera de la conciencia pero, en casos positivas ideales, no requieren revisión ni reprogramación alguna. Todos los cambios que les sobrevengan son, simplemente, nuevos aprendizajes.

Los aprendizajes traumáticos se olvidan, en cambio, por la misma naturaleza del trauma. Cuando algún hecho produce tanta presión psíquica, sea miedo, angustia o dolor, que compromete el funcionamiento cotidiano de la persona o su misma supervivencia, el organismo lo “retira” de la conciencia, pasa a ignorarlo y actuar, en el nivel conciente, como si eso jamás hubiera pasado.
La programación en este caso apunta generalmente a sobrevivir en condiciones donde lo traumático pueda volver a ocurrir, pero sin permitir que la conciencia se entere.
El gran problema de esto es que entonces no es reprogramable en condiciones ordinarias.

Finalmente, es casi imposible que una persona pueda superar los cinco años de vida sin haberse pegado algún susto, del cual se desprende un trauma y el subsiguiente condicionamiento y programación.
Prácticamente todos hemos atravesado algún hecho traumático (normalmente entre uno y tres), que instalaron en nuestra computadora un programa fuera del alcance de la conciencia y de la capacidad de reprogramación.
Este programa dispara, ante ciertos estímulos, una respuesta vieja a circunstancias de nuestra infancia, y por lo tanto inadecuada, pero compulsiva e inconciente.
Afecta nuestra conducta y lo que hacemos de manera directa, pero dado que parte del componente traumático implica que no suba nunca a la conciencia, nos volvemos, en el momento de actuar la programación, ciegos a nuestra conducta, justificándola a través de explicaciones, racionalizaciones o simplemente ignorándola, siendo inconscientes de lo que hacemos, de nuestras propias acciones.
En este caso, percibimos nuestra conducta indirectamente: a través de sus consecuencias. Por lo tanto, regularmente, las consecuencias de nuestra conducta compulsiva son algo que sufrimos como externo, como cosas que “nos pasan” o “nos hacen”.
Pero que tienen la extraña cualidad de ser recurrentes: de ser cosas que “siempre nos pasan” o “siempre nos hacen”.
Los alcances de esto son, siempre, sorprendentes para la propia persona. Como dice Jung, “lo que no se hace consciente se vive como destino”.

3-Cómo trabaja esto.

Los programas de la computadora, como dijimos, se instalan de dos formas regulares: a través de la experiencia de vida, que es como el hombre del primer ejemplo aprendió a temer a los perros, y a través de la reflexión sobre la experiencia y la ejecución de nuevas acciones que produzcan nuevas experiencias y nuevos programas subsiguientes, que es como el mismo hombre aprende a superar el miedo a los perros.
La primer manera es como aprendemos a hablar y todos los actos del sentido común, la segunda es como aprendemos a tocar un instrumentos o cualquier destreza que se deriva de la práctica y el perfeccionamiento.

Pero hay una tercer manera de programar la computadora, que es la que aplicamos aquí.

Ciertos estados de relajación permiten acceso al subconsciente y, con el permiso obligatorio de la persona, y sólo con él, la sugestión.
Esto, según la naturaleza de la sugestión, puede llegar a ser una nueva programación.
Dado que las funciones de la computadora son vastas, no corresponde ni se puede intentar una programación plena.
La tarea es sencillamente imposible, por un lado, y por otro lo más seguro es que las buenas intenciones de un emprendimiento así terminen siendo los adoquines de un camino al infierno.
Lo que se conoce como desprogramación es en realidad la inserción de un nuevo programa, cuya orden básica es “reprograma!”, y la subordinada es, en términos generales, “lo que me hace sufrir”.
Dado que la computadora tiene, como dijimos, manejo de factores sub e inconscientes, la inserción de un programa de tales características le da carta blanca para aprovechar las ocasiones de choque entre la programación vieja y la realidad nueva como oportunidades de reprogramación: fundamentalmente, ablanda la rigidez del condicionamiento previo y acerca a la conciencia las conclusiones y creencias propias de la programación vieja, permitiendo la reflexión y la creación de nuevas respuestas.
Dadas las características del funcionamiento del sub e inconsciente, la generación de nuevas respuestas no requiere obligatoriamente el recuerdo del trauma o aprendizaje, pero si asegura la eventual percepción y toma de conciencia de la programación inadecuada.
Esto ocurre indefectiblemente pero sin plazos, y casi siempre a través de las mismas situaciones de las que uno se quiere liberar, ante las que uno comienza a percibir los propios errores, pero con una nueva capacidad de adaptación y respuesta.

En síntesis, la desprogramación es un motor y una ayuda al aprendizaje vital, que permite superar los condicionamientos del subconsciente, con la ayuda de los mismos mecanismos que en otras circunstancias los hacen fijos e irresolubles.

4-Instrucciones concretas

La desprogramación se realiza en un sola sesión, que consta de una relajación y visualización guiada, y una pequeña ceremonia posterior, donde se actúa/acciona/activa la sugestión implantada en la visualización.
Los requisitos son mínimos, pero deben ser cumplidos.
Se pide asistir con:
- una lista de los “no quiero más”: todas las situaciones negativas en las que uno se encuentra recurrentemente. La lista debe estar encabezada por la frase “no quiero más”, y a continuación se escribe todo lo que a uno se le ocurra. Puede ser “fumar”, “soledad”, “enojarme tan seguido”, “enfermarme”, “no tener trabajo”, “ser inseguro”, absolutamente cualquier cosa.
La lista es absolutamente privada: no va a ser leída por mí, ni debe ser leída por nadie, a fin de asegurarte libertad total en el momento de escribirla.
- Un segundo papel, en blanco. Puede ser una hojita A4, una hoja de cuaderno, un papel de diario o de envoltorio para regalo, lo que gusten. No es para escribir ni nada.
- Un sobre de papel, del tipo que gusten, preferiblemente que les resulte grato a la vista.
- Ropa cómoda.
- Obviamente, sobrios: cualquier persona que consuma regularmente cerveza, marihuana, sedantes o psicoactivos de cualquier tipo (excepto indicación médica, claro), deberá abstenerse desde unas horas antes de la cita. No hace falta mucho: alcanza con no haber consumido el mismo día.

El total del trabajo no lleva más de una hora, regularmente.
Se cobra $50.

domingo, 10 de enero de 2010

Próximamente en Taller de Arcania

















Siiiiiiiii!!!
Otro asco!!
De a poco va a ir mejorando, lo juro.
De hecho, si se fijan, casi todos los relatos tienen un final feliz.

miércoles, 6 de enero de 2010

¿Y este piecito de quien es? (ó “I got you under mi skin”)


Para descargar el pdf y leerte esto cómodamente en el baño, el bondi o la cama, hacé click acá.


No hace tanto, la astróloga Liliana Ortiz me dijo que una característica de mi personalidad es que tiendo a disolverme: que mis fronteras se borran, que pierdo de vista donde termino yo y empieza el otro.

La comparación con mi deficiente sistema inmunológico fue evidente, pero aún así no me pareció del todo desagrable como cualidad y escribí algunas cosas, que ahora no vienen al caso.

Hace menos aún leí Promethea, donde se habla del arquetipo de la justicia como la figura que se encarga de mantener los límites bien definidos.

De colocar cada cosa en su lugar y, con la precisión de una balanza, con el filo de una espada, evitar que se corran un milímetro de donde deben ir. Cuenta que Crowley redefinió la carta del tarot “La Justicia” como “La Justeza”. Dentro del delicado equilibrio de lo que existe, el aspecto de precisión y correspondencia en la distribución de las cosas.

Cada elemento en su lugar, sin errores ni concesiones, para que no se caiga todo.

La Justicia corresponde también al reinado de Geburah, el Zephirot encargado de filtrar las impurezas de la existencia. El hígado cósmico, el sistema inmunológico de la creación.

La definición de los límites, donde empieza y termina una y otra cosa.

Hace todavía menos, aprendí que los sentimientos no se explican sino que se expresan, tuve una pelea definitiva con mi madre y hermano y tras unos meses de distancia, Alicia sugirió espontáneamente retomar un ejercicio de visualización dirigida.

Mi primer sesión con Alicia consistió en un ejercicio que ella llama “desprogramación”.



Este ejercicio consistió, la primera vez, en una visualización realizada durante un trance hipnótico leve, inducido mediante relajación. El tipo de estados descriptos en “Bases mínimas”.

La desprogramación es el ejercicio pilar del método de Ali, pero cuenta con algunos otros, que mecha cada tanto, cuando lo considera necesario, en el tratamiento.

Las visualizaciones regulares con Alicia son, por asi decir, “libres” y espontáneas: no se busca particularmente nada, y se va actuando según lo que va surgiendo.
Esta era, por así decir, “sugerida”.

Las “sugerencias” son explícitas: “estás en tal lugar, enfrente de una pared blanca, de atrás de la pared sale tu padre”.

“¿Cómo lo ves? ¿Qué hace?”

“Tanteate la espalda: tenés una mochila. ¿Cómo es? ¿Es grande? ¿Es pesada?”

“Quitátela, dásela, y decile “esto es tuyo”.

“¿Qué hace?”

“Ahora, que se vaya. De atrás de la pared viene tu madre”

Etc.



La primera vez que hicimos este ejercicio, me saqué diferentes mochilas. Una relativamente grande para mi padre, quien me hizo creer que depende económica y emocionalmente de mi desde que tengo veinte años en un caso, y desde los cinco en el otro, y cada vez mas pequeñas para mi madre y hermano.

Casi un año después de hacerlo por primera vez, Alicia consideró oportuno rehacer este mismo ejercicio.

En ese año, Alicia trajo a colación diferentes figuras para usar durante las visualizaciones, incluída la de mi “guía”: una persona, ente o figura a la que recurrir cuando me encuentro muy desorientado.
Con esta figura tuve varios problemas, fundamentalmente por la desconfianza de mi parte hacia cualquier figura con estas connotaciones.

Tuve que reformular la figura varias veces, y algunas veces mi guía fue una versión de la carta del Ermitaño, otras fue una bola informe de energía robada de la historieta “Kamandi”, después el sol mismo y, finalmente, un gaucho con marcadas características indias llamado José.

José tiene un semblante particularmente fiero y decidido y, si bien en general transmite una imagen benevolente, no tengo dudas, al mirarlo, de que es capaz de matar.

La entrada en relajación y trance habituales incluyen imaginar o visualizar el descenso por una escalera, tras lo cual me pregunta Alicia dónde me encuentro, qué veo.

Regularmente encuentro paisajes llanos y arbolados, con un horizonte amplio y variado, por los que empiezo a deambular.



Esta vez, llevado por Alicia, busqué y creé una pared blanca, detrás de la cual saldría mi padre, a quien tendría que entregar, de nuevo, la carga que le pertenece y erróneamente portaba yo.

Mi padre salió de tras la pared blanca, con la mirada confusa y torpemente sonriente, sin terminar de verme, como quién trata de convencerse de que está en un sueño y de tomar una actitud confiada, en el filo entre la estupidez y la locura.

Y yo, al tantearme la espalda, encontré que no llevaba ninguna mochila.


Buscando en mi espalda encontré mi remera, y debajo de ella, una especie de protuberancia en mi piel.

Metí la mano bajo la ropa, y empecé a darme cuenta de que mi espalda estaba tomada por una especie de pústula, parte de mi propio cuerpo.

Mi padre me miraba, quieto y distante, desde la pared blanca, y detrás el horizonte de la llanura, cuando conseguí sacarme una de estas pústulas, como quien se quita una astilla de bajo la piel, pero no era una astilla, tampoco.

Era una especie de huevo negro mate, del tamaño de una berenjena, y supe que tenía toda la espalda tomada de ellas.

Me ví momentáneamente desde fuera de mi cuerpo, y ví cómo bajo mi remera se abultaban decenas de huevos negros en el dorso de mi cuerpo, como un pedazo de carne tomado por larvas.

Mezcla de asco, horror y necesidad, empecé a quitarme, pesadamente, todos los que pude, bajo la mirada de mi padre, constantemente opaca y desviada, estúpida y sonriente.

Llegué a quitar todas las que estaban al alcance de mis manos, pero había demasiadas todavía a las que no llegaba.

“Llamá a tu guía”, me dijo Alicia.

Vino mi guía y comenzó, con la punta de un cuchillo largo, a cortarme la piel y extirpar esos huevos de larva de mi espalda.

El frío me tomó, pero sabía que no tenía otro camino.

El trabajo fue largo, eterno, y cuando terminó con mi espalda, siguió con el reverso de mis piernas.

Ambos sabíamos que él no puede curar las cicatrices de su cuchillo.

Cerca del final, sentí que alguna de esas larvas tenía una especie de raíz conectada a mi abdomen, sentí ciertos tirones en el bajo vientre cerca de la pelvis que se fueron concentrando en mis intestinos, y de mi ano empezó a salir una anguila negra, larga, fría, que quedó en el piso, viva pero inerte, retorciéndose débilmente.

Finalmente, llenamos grandes y numerosas bolsas de larvas arrancadas de mi, y se las devolví a mi padre, diciéndole “esto es tuyo, no mío”. En algún lugar estaba la anguila también.

Mi padre sonrió una vez más con los ojos turbios, como si tuviera en su mano la carta final de despertarse en su cama y desvanecerme, y se fue a mi orden silenciosa, tras la pared.
“Ahora andá por tu camino”, dijo Alicia.

Dí media vuelta y caminé una cantidad de pasos que no recuerdo, algunos cientos de metros y encontré una veta de roca dorada, con algo que vi de reojo y no pude determinar si eran pepitas de oro o granos de maíz. Ambas ideas me parecieron auspiciosas, y Alicia me llamó de vuelta a la pared blanca. Debía enfrentar ahora a mi madre.



Su mirada era más alegre y cristalina que la de mi padre, pero tampoco la enfocaba en mi.
No sé qué verán mis padres cuando me miran, pero está claro que en el fondo de mi conciencia, no creo que sea a mi realmente.

“Tanteate la espalda”, me dijo Alicia y, sorprendido, encontré una mochila pequeñita.

La reconocí de inmediato: era una mochila de cuero que mi madre usó bastante, chiquitita y de correas finitas, también de cuero.

“Quitátela y dásela”.

Al comenzar a quitármela me volvió a sorprender su liviandad, pero en seguida descubrí otra cosa: sus correas no rodeaban mis hombros. Entraban en ellos. Giraban y comenzaban a dar vueltas y enroscarse dentro de mi pecho.

La carga de mi madre también estaba dentro de mi cuerpo.

Tirando salían de mi, pero eran metros y más metros.

Al terminar la sesión, Alicia me diría “estabas involucrado”, y “mientras lo contabas, vi un pulpo muerto”.



Tuve que llamar a mi guía de vuelta, que se hizo cargo de la tarea mientras yo me limitaba a sorprenderme a medida que las cintas corrían dentro mío, saliendo, y evidenciaban su presencia en todo mi cuerpo.

Sentí que mi pecho estaba lleno de ellas, y que al terminar de salir, desenvolvían mi corazón, apresado en bandas, en varias vueltas de correa.

Que mi cerebro también estaba vendado, apretadamente envuelto, aislado de mis ojos y de todo.

Supe que estábamos llegando al final cuando sentí las correas deslizarse por mis piernas y desocupar mis pies.

No podía creer que sentía la presencia de mi madre en mis pies.

Y el final se eternizó, porque de alguna manera, salieron un par de cientos de metros mas de cinta de mi espalda, a la altura del corazón, y de la cadera, por el sacro.

Finalmente con José envolvimos todos esos cientos de metros de cintas y correas en bolsas, y se los devolví a su dueña.

Chau, mamá.

Un nuevo paseo refrescante, y enfrenté a mi hermano, cuya carga esta vez resultó ser, raramente, un carrito de minero lleno.

De los tres, la mirada menos turbia fue la suya.

Pese a saber terminado el ejercicio, me tomé unos minutos más frente a la pared blanca, ahora desierta, por primera vez solo.

Sentía mi cuerpo imaginario liviano, compacto sin ser denso, definido, sólido. Fuerte sin pesadez.
Y totalmente propio.

Recordaba la sensación de las correas saliendo de mis pies y me preguntaba adónde me llevarían ahora, que volvían a ser míos.

lunes, 4 de enero de 2010

Más bases mínimas

No sé... me embola escribir este tipo de cosas: me siento una especie de pedante que habla de lo que no sabe solamente para escucharse y ver si lo que piensa es consistente. Pero no he podido dejar de hacerlo, por un lado, y por otro son el contenido que considero mas importante de los relatos y experiencias que constituyen esta etapa del blog, así que no puedo dejar de ponerlo para dar sustento intelectual a lo que quiero contar. Una especie de machete teórico que supla la falta de talento narrativo, así como de interés por desarrollarlo.

Vale aclarar que todo lo que digo corre por mi cuenta, y que ninguna de estas afirmaciones está avalada por nadie: no por Alicia, no por Gurdjieff ni por Jung, mucho menos por el Mago.

Acaso tal vez por mi Sombra.

Muaca muaca.



Tomamos las siguientes premisas:

1- Toda persona tiene una mente que es conciente de sí misma desde la que experimenta su vida.

2- La mente conciente de sí misma es una parte del total del aparato psíquico, y es una parte minoritaria: el resto del aparato psíquico, que también constituye y se interrelaciona con los contenidos de la mente conciente es mucho mayor, y permanece regularmente fuera de la visión de la mente conciente. Permanece, justamente, en la inconciencia.


3- Todo esto tiene raíz profunda y comprometida en la vida física: el sistema nervioso y endocrino son el punto bisagra fundamental, pero hay otros niveles, como las somatizaciones musculares y posturales que, desde lo emocional y actitudinal simbolizan, expresan y realimentan la vida psíquica, conciente e inconciente. Vida psíquica y física no son lo mismo, pero vienen juntas y estrechamente vinculadas.


4- Hay estructuras innatas, inmanentes al ser humano de las que todos nacemos dotados, que constituyen parte de los contenidos de la mente, conciente e inconciente.


5- Estas estructuras cumplen la función de “órganos” psíquicos, dando sustento a la vida psíquica en todas sus manifestaciones: el pensamiento racional, afectivo, analógico, creativo, etc., etc., así como a actos mas sencillos y básicos, como el de percibir e interpretar.


6- La mayor parte de ellas pertenecen a la mente inconciente. La mayor parte de la vida psíquica y sus ramificaciones: creatividad, percepción, emocionalidad, intelecto, ocurre en la parte inconciente de la mente.


7- Algunos de estos “órganos psíquicos” son reconocibles y al menos parcialmente descriptibles.


8- Hay elementos de tradiciones esotéricas, occidentales y orientales, y del sistema de análisis junguiano, que se pueden tomar como descripciones parciales pero útiles, aplicables en la práctica, de estos órganos psíquicos.


9- Las aplicaciones prácticas de estos elementos y sus contenidos van desde la manipulación hipnótica de habilidades hasta el autodesarrollo psicológico, psíquico y espiritual, entendiendo “autodesarrollo” como el cultivo y maduración de un creciente contacto entre la realidad subjetiva y la objetiva. Obviamente, postulamos que hay una realidad objetiva y que es deseable la mayor toma posible de contacto con ella.




Todo lo que se narra en este espacio toma como eje y único objetivo legítimo la búsqueda de esta toma de contacto y acercamiento de la subjetividad a la realidad objetiva.
Dado que la mayor parte de la vida psíquica se desarrolla en el inconciente, asumimos también que

10- en el inconciente residen habilidades y poderes efectivos que la mente conciente no maneja.


Es tema de discusión dónde acaban estas habilidades y si tienen o no injerencia en la realidad objetiva, más allá de la conducta de la persona.
Pero con asumir que


11- las aplicaciones prácticas de los elementos de esoterismo y junguianos pueden desarrollar un trabajo psicológico eficaz que puede introducir cambios en la conducta de la persona


ya tenemos mas que suficiente a los propósitos de este blog.



Vistas las generalidades, vamos a presentar algunos de los elementos que mas frecuentemente se van a encontrar en la lectura de este espacio.
Son figuras que aparecen tanto en el tratamiento de Alicia Valero, como en otras fuentes, a veces en ambas, a veces en una sola.



El niño interno: representa al menos dos cosas simultáneas.
En análisis transaccional hay un concepto base que indica que las diferentes edades y etapas de la vida no se pierden al sucederse, sino que se acumulan como las capas de una cebolla.
Esto implica que en algún espacio psíquico, uno sigue siendo todo aquello que fue: un niño, un adolescente, un joven, y así.
Un hombre de sesenta años sigue pensando y sintiendo, en algún lugar de su ser, como un niño o adolescente, y mas precisamente aún, como el niño o adolescente que fue.
Mejor dicho: como el niño y el adolescente que fue, e incluso como las diferentes facetas importantes del niño que fue y de todo niño genérico (niño sumiso y niño rebelde son las categorías mas usadas en transaccional).

Estas diferentes facciones y mentalidades siguen vigentes toda la vida, cada una con sus perspectivas de la vida y sus propios objetivos.
Una persona sana, en términos de análisis transaccional, es aquella que consigue, justamente, una transacción adecuada entre las partes.
En transaccional se postula que esto se logra gracias a la mediación de la figura más adulta, que busca aceptar, integrar y satisfacer a todas las demás, pidiendo, por ejemplo, al niño rebelde que se modere, al niño sumiso que se exprese, etc.

Una de las acepciones del niño interno, entonces, es exactamente esa: una etapa histórica del individuo que permanece vigente.
Desde ese espacio mental, el individuo vive todo exactamente como un niño: las necesidades y deseos se viven sin filtro.

La otra acepción es que el niño interno es la primera línea de cada hexagrama del I Ching, que representa la naturaleza más íntima del asunto en cuestión, en este caso la persona*.
Asumimos que cada persona tiene, merced de una combinación de factores genéticos, históricos, psicológicos, culturales, etc., un perfil propio y único.
El niño interno es la expresión simbólica de ese perfil.
Es la naturaleza más íntima y el perfil único del individuo.



La sombra: esta es la única figura que reconozco como enteramente junguiana en el trabajo de Ali, pero mis lecturas junguianas son pocas.
La sombra representa todo aquello de uno mismo que uno no quiere saber que es.
Entra en esto tanto lo que rechazamos por nuestro perfil individual, como aquello que nos es culturalmente señalado como tabú.
Todo tabú tiene aparentemente relación con alguna necesidad fisiológica que se resuelve, como todas, mediante lo social: esto incluye desde la deposición hasta el sexo. Pero algunas cosas, diferentes según cada cultura e incluso según cada familia, entran dentro del campo de lo socialmente presentable o quedan fuera de el, debiendo ser realizadas fuera de la vista pública, y muchas veces con el mismo sujeto desviando la mirada.

Los ejemplos de sexo y deposiciones son los más claros, pero la sombra personal puede contener muchísimos y extremadamente variados elementos, desde miedo a la violencia propia y ajena hasta deseos frívolos, incestuosos, y un largo etcétera.
Dado que son partes propias del individuo, por más que éste no quiera saber ni que existen, no puede librarse de ellas.
El conflicto se resuelve con el mismo concepto de tabú: no hace falta erradicar el elemento tabú. Alcanza con mantenerlo fuera de la vista.
Si no se niega su existencia, sino que se la reconoce con amabilidad y se acepta que permanezca cerca pero fuera del ámbito de la conciencia, este espacio se integra alegremente a la vida cotidiana del individuo.
Dado que sus contenidos suelen tener base biológica, la buena relación con esta parte del ser libera mucha presión y energía, y otorga mucha fuerza a la persona.



El Guía o Yo Interior: es un caso delicado.
Esta figura reside normalmente por entero en el inconciente. La bibliografía sobre figuras similares parece ser abundante.

Castaneda nombra la figura del “testigo”: una parte de uno que permanentemente sabe exactamente lo que uno está haciendo y dónde está uno parado, aún cuando uno mismo no pueda verlo o no lo quiera admitir.
Stephen Mace y Crowley parecen considerar la figura del “santo ángel guardián” como aquella que tiene toda la información objetiva sobre todo lo que concierne al individuo y su circunstancia.
Lo identifico con una interpretación de la carta de El Mago, en tarot.
Parece ser la quinta línea de I Ching, el “gran hombre”.
También se lo asocia, según quien, a la actividad del séptimo chakra.
Esto se relaciona con el I Ching en que en ambos casos se adjudica al Yo Interior comunicación con una fuente de sentido objetiva y exterior a la persona.
Las especulaciones sobre qué es esta fuente de sentido objetiva y exterior apuntan a cosas tan dispares como el campo morfogenético, el inconciente colectivo, Dios, la sexta línea del I Ching y la simple realidad objetiva, interpretada por la misma figura del YS.
Dentro del sistema de Alicia, el Yo Interior es, además, la versión evolucionada del Niño Interno.

Más allá de la cantidad de habilidades y conocimientos que se le atribuyen, posee también todas las características del yo externo: la impaciencia o morosidad que lo caractericen a uno, sus virtudes y defectos.
Parece ser, pero no corroboré esto con lecturas propias, que Gurdjieff indica que el Yo interior se construye y evoluciona a sí mismo a través del diálogo con el yo ordinario y la realidad cotidiana.

Dentro del sistema de Alicia, el objetivo primordial es establecer la comunicación más límpida posible con esta figura porque, sea que tiene el machete que le pasa dios, o que simplemente se ubica en una especie de mirador o atalaya metafísico (recordemos que se lo llama también "yo superior" o higher self) , posee información importante e imprescindible para la vida cotidiana.

La comunicación con esta figura se logra por el silencio interno, al que se llega paulatinamente a través de la limpieza del ruido que ejercen los traumas y vicios mentales por un lado, y del ejercicio práctico de intentarlo, por otro.

El hecho de que el Yo Interior, en la concepción de Alicia no tenga acceso a la figura, de “la computadora”, implica lo que aparentemente dice Gurdjieff: el Yo Interior necesita, para tener una influencia armoniosa en la vida de la persona, tener contacto relativamente fluído con la mente conciente o yo externo.

El establecimiento de una adecuada relación entre estas tres figuras y otras que aún permanecen menos claras para mí, constituye la renovación de los personajes de la galería y la reprogramación de la computadora, previamente reseñadas.

Aparentemente, logrado cierto silencio y limpieza interiores, e incluso desde antes y como parte del proceso de limpieza, el Yo Interior provee los contenidos ideales para la reprogramación, que acceden entonces a la computadora con el concurso y permiso de la mente conciente.

El sentido de todo esto, repetimos nuevamente, es alinear a la persona con lo central de su personalidad y proveerla de un equilibrio psíquico que le brinde autonomía en la satisfacción de sus necesidades, o la capacidad de desarrollarla.




Además de estas tres figuras, en mi propia experiencia aparecen y son relevantes también las figuras materna y paterna y todo tipo de simbolismos fálicos y vaginales. He presenciado además repetidas apariciones de diversas cartas de tarot.
En la práctica de sofrología, esto puede explicarse sin necesidad de recurrir a la idea de que tengan existencia objetiva en el inconsciente colectivo, aunque sea la que yo abono, sino que puede simplemente ser parte de mi bagage personal adquirido.
La práctica del mazo viviente (todos los artículos al respecto, acá), sin embargo, parece indicar que si tienen existencia propia, aunque es prematuro afirmarlo.
También es regular durante las sesiones de sofrología la manifestación visual de símbolos de rei ki, y de contenidos aparentemente vinculados a la función específica de cada símbolo, aunque eso también está en observación.
De llegar alguna vez a corroborarlo, esto indicaría que los símbolos de rei ki también tienen existencia propia, objetiva e independiente, y que son parte del repertorio de estructuras innatas y órganos psíquicos propuesto más arriba.

Es permanente también la aparición de símbolos mucho mas heterodoxos y de significación más puntual y misteriosa o poco evidente. Iremos ejemplificando con el correr de las transcripciones de sesiones y eventos relacionados.


Una última premisa, que NO asumimos en este espacio, pero que es tema permanente de discusión en el ambiente así que merece exponerse, es la de que estas estructuras psíquicas inmanentes tienen no solo existencia objetiva, sino también injerencia y poder objetivo sobre la realidad externa al individuo, a la manera que plantea el hexagrama 31, el Influjo: “relaciones efectivas y objetivas con la realidad”, que pueden afectarla de manera sutil.

No me atrevería a postular eso, ni me parece necesario: alcanza con aceptar la existencia de las figuras nombradas (el niño interno, la sombra, la computadora, la galería de personajes y el yo interior) y la corrección de sus atribuciones más modestas para dar por sentada su importancia y capacidad efectiva de contribuir a la vida cotidiana de manera mucho mas efectiva y contundente que una u otra fantasía acerca de “las fuerzas sutiles”.


*en una charla con Alicia posterior a la publicación de este post, ella desestimó totalmente esta idea. Yo la voy a mantener hasta que encuentre una mejor con la que reemplazarla, o termine de entender su planteo de que la primer línea son "los ancestros, lo genético, las tribus de los antepasados". Sabe dios de qué habla, la puta que la parió.