También acerca de la relación entre espacios físicos, emocionales y algunas imágenes internas…
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Ya comente que el eje temático sensaciones en el pecho - elaboración de la enfermedad de mi padre - relación con ambos padres - maduración personal - elaboración del cáncer y muerte de mi primo - elaboración de mi propio hiv produjo, a lo largo de casi tres años, un buen montón de páginas de reflexiones.
Llegó el día en que decidí soltar lastre y perder la oportunidad de documentar este proceso, esperando ganar a cambio la posibilidad de terminarlo o, por lo menos, aligerarlo y atravesar más rápido las etapas dolorosas del mismo.
Si bien hacía ya rato que los dolores más intensos habían terminado, aún no llegaba a sentirme bien.
La frase recurrente con Alicia era algo como “antes me sentía realmente muy mal, así que ahora como que no puedo quejarme, pero…”
“Pero no querés sentirte menos peor, sino bien”, terminaba ella, y estábamos de acuerdo.
Los temas que atravesé desde que dejé de escribir hasta hoy tuvieron que ver con mi sexualidad, con el miedo, con el enojo hacia mis padres, con la aceptación del presente y con la capacidad de sentir.
Cierta noche, medio desperté sintiendo, en la semiconciencia propia de esas horas, el tirón de la marea y casi supe que todo había sido un corto sueño sin futuro: que nunca llegaría más lejos que esa pieza de hotel, y que dentro de poco habría tenido que volver a casa de mi madre, para no salir más.
Morir o no de sida unos meses después era un epílogo que traté de imaginar antes de volver a caer dormido, porque era menos terrible que verme llegar a viejo a la sombra de mi madre.
Ese mismo sábado me agarré una borrachera inesperadamente fuerte, tal que me levanté el domingo a vomitar durante cinco horas, y recién el lunes pude incorporarme de veras e ingerir algo.
El domingo, mientras me sentía enfermo y me preocupaba por mi futuro en todo sentido, también tuve inexplicables arranques de bienestar anímico.
Ceci pensó en Eros y Tánatos cuando se lo conté.
Es imposible que uno determine de manera convincente para otros si fue o no víctima de un mecanismo de compensación, pero no me convenció lo de Ceci. Estaba bastante seguro de la legitimidad de las
sensaciones que había atisbado desde mi resaca.
A partir del lunes, sin embargo, toda sensación de bienestar desapareció y sólo deseaba beber.
Se me hizo evidente que el efecto más pernicioso del alcohol en mí es el quiebre de la confianza: todo lo que fresco me parece tangiblemente cierto se vuelve no solo dudoso, sino casi su mismo negativo: la espera es estancamiento, el descanso enfermedad, mis diferentes capacidades, vanidad estúpida, todo plan irrealizable.
El único incentivo que me lleva de un día al siguiente es un erosionado impulso hacia la vida y la terca repetición de palabras vacías de auto aliento.
Ciertas.
Pero vacías.
En la siguiente sesión con Alicia, en el trance me sugiere que “me haga chiquito y entre por mi boca”.
Los paseos por el interior del cuerpo son parte regular del trabajo, uno de ellos que nunca postée me produjo sensaciones que sólo había experimentado antes bajo el influjo de alucinógenos potentes.
Esa vez me valió un reto de Ali: “esto no es una pepa, no estás jugando: estás trabajando con tu salud mental y la dirección de tu vida”.
Esta vez, al caminar por mi pecho, lo veía como el bodegón de un barco roto. El sol entraba por la parte superior y el piso cubierto de agua sucia.
Las paredes estaban llenas de barro y el pulmón derecho entero era una masa taponada de materia marrón nebulosa.
Escuché una voz, susurrante y desde no muy lejos, que decía “dejate caer y morí”.
La reconocí claramente, llevaba toda la semana escuchándola.
En realidad, me dí cuenta, llevaba años escuchándola.
La seguí, por el camino que llevaba al corazón, donde encontré, apoyada como si hubiera entrado a escondidas por la puerta de atrás, una araña azul gigante, mezcla del bicho de alien y una fantasía de “El quinto elemento”.
Susurrándole desde detrás del oído, a mi corazón, “dejate caer y morí”.
Ilustración: Luciano Vecchio.
La empecé a sacar a patadas, mientras le contaba a Alicia lo que veía y mi sensación de que “siento que yo soy mas fuerte que este bicho, pero no tanto: estoy pudiendo sacarlo, pero no sé si lo voy a lograr realmente”, mientras ella casi me gritaba que llamara mi guía.
“No quiero llamarlo”, dije, mientras igualmente lo invocaba “porque le va a hacer daño a este bicho”.
Efectivamente mi guía, el gaucho José, llegó facón en mano y mi mirada se desvió sola mientras sabía que estaba acuchillando salvajemente al bicho, cortándolo en muchos pedazos.
Sabía que lo iba a matar si lo llamaba.
Lo que no sabía era que cuando volviera a mirar y viera sus restos despedazados, me alegraría tanto.
Esa semana me llegó la frase “la alegría salvaje de vencer al enemigo”.
De asegurar la propia supervivencia por la fuerza y la imposición.
Acto seguido, mi guía comenzó un trabajo que solamente pude ver / entender como la irrigación de mi corazón con una gran cantidad de energía, que no pude llegar a ver de dónde llegaba.
El corazón colgaba de algún lado como un fruto madurando, y la energía era tanta, que en cierto momento lo cubrió como una marea, y supe que no volvería a aparecer por un tiempo.
Alicia me pidió que le preguntara a José si faltaba algo por hacer, y éste extendió una estructura de alambre de púa alrededor de mi corazón, como un alambrado protector.
Al charlar después mi sensación de que esa estructura no era de por sí suficiente, Alicia explicitó: “estoy convencida de que lo que le va a abrir las puertas al enemigo es el alcohol. Está en vos tomar o no”.
“Te aconsejo que le pidas ayuda a tu guía para no tomar”, fue lo último que me dijo, y a partir de acá la cosa se me empieza poner espesa, porque a la semana siguiente conocí a la otra paciente de Alicia con hiv, a quien está por dar el alta por considerar finalizado el tratamiento.*
Mi guía es un gaucho, el suyo es un ángel, y dice hablar frecuentemente con Cristo.
Y yo la veo tan bien, que quisiera sentirme como ella, así que empecé a hacer esfuerzos concientes y constantes por acostumbrarme a hablar con mi guía en toda circunstancia.
Temo que dentro de poco, me encuentren hablando con ángeles.
Y no es joda.
Si me sirve, lo voy a tomar.
Entre las muchas cosas que hablamos, me preguntó por mi vida sexual, y mi contestación fue honesta: “tuve algunas experiencias desde la infección, pero ahora está todo suspendido”.
“¿Porqué suspendido?”
“No lo tengo claro, pero siento que me están apareciendo nuevos espacios emocionales, nuevas dimensiones afectivas, que todavía no terminan de cuajar”
“¿Nuevos espacios emocionales, nuevas dimensiones afectivas?”
“Si, no puedo explicarlo mejor… como que antes, aparte de coger y a veces charlar, no había mucho más para lo que quisiera una pareja. Y ahora me están apareciendo nuevas necesidades y posibilidades, otras ideas acerca de compartir mi tiempo, a mi mismo y de recibir o tener a alguien cerca, pero son demasiado nuevas para que las termine de entender o las pueda usar o satisfacer”.
“Mm.. creo que entiendo…”.
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Alicia me habló de Paula, masajista.
Decidí tomar una sesión con ella, le dejé mensaje, me contestó, no me quiso decir por teléfono lo que cobraba y al encontrarnos en persona tuvimos una larga charla donde encontramos gran coincidencia de puntos de vista, y me explicó que no me había querido decir el precio por teléfono por que “algo le dijo que convenía ajustarlo en persona” y que le parecía importante, ahora en persona, aclararme que “no me
perdería el tratamiento por falta de dinero”.
Es esa clase de gente.
En esa primer sesión me trabajó los pies con delicadeza y la espalda con el codo.
Mis apoyos cambiaron en el momento y hasta el mismo viernes siguiente, mi cuerpo siguió acomodándose como resultado de ese masaje.
Cada día, algo más iba a ponerse en su lugar, solito.
Me dijo que en el trabajo había sentido que la tensión de mi cuerpo tenía que ver con un momento de “romper estructuras”.
Estructuras “que son y no son tuyas: que son tuyas porque te tocó vivirlas, y son un lugar al que volvés, pero nada más que eso”.
“Me viene constantemente la imagen del elefante encadenado”, dijo.
Dando vueltas un día en casa, me encontré pensando en aquella sensación de retorno inevitable a casa de mi madre, y en que dicha sensación había sido solamente la manifestación de un temor específico: el temor a lo desconocido porque, rompiendo los moldes de mis padres al mismo tiempo que mis lazos con ellos, me encontraba ya sin imágenes que proyectar hacia el futuro.
“A partir de ahora, todo es desconocido”, me decía, “y eso da miedo”.
Y de repente me dí cuenta de que no, no me daba miedo.
A mi no.
El que sentía miedo era mi padre, a través mío.
Me deshice del miedo desde entonces, aunque cierta desazón me acompañó todavía una semana más, hasta la segunda sesión.
La segunda sesión, Paula desempacó su repertorio esotérico y usó piedras, además de maniobras de quiropraxia y reflexología.
Empezó por repetirme, sin saber, mis propias consideraciones acerca del pecho: que contiene los dos chacras más vinculados a las emociones y sentimientos, que de su estado dependía la libre expresión y ejercicio de ellos, etc., etc.
Al terminar no solo me sentía inmensamente más liviano, sino que mi esternón ligeramente hundido, del cual se había descartado por otros profesionales que pudiera modificarse, había crujido al abrirse cerca de dos centímetros.
Por si no lo saben, dos centímetros mas de amplitud en el pecho, es un montón.
Un nuevo espacio, cerca del corazón.
“Es otro cuerpo” le dije, emocionado.
“Es el tuyo de veras” me respondió, contenta.
Me sentí lo más cercano a pleno que me sintiera en mucho tiempo, quizás en toda mi vida.
Por primera vez, bien.
Realmente bien.
A partir de ahora, todo es desconocido.
*A la fecha, ya le dio el alta. Ella continúa ahora estudiando con Alicia para aplicar lo que aprenda a su propio método terapéutico.
De qué se trata esto?
miércoles, 20 de enero de 2010
Sobre como se ve el alcohol, si lo agarras de entrecasa.
Etiquetas:
Alicia Valero,
periodismo psiconáutico,
Relatos y Experiencias
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