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miércoles, 6 de enero de 2010

¿Y este piecito de quien es? (ó “I got you under mi skin”)


Para descargar el pdf y leerte esto cómodamente en el baño, el bondi o la cama, hacé click acá.


No hace tanto, la astróloga Liliana Ortiz me dijo que una característica de mi personalidad es que tiendo a disolverme: que mis fronteras se borran, que pierdo de vista donde termino yo y empieza el otro.

La comparación con mi deficiente sistema inmunológico fue evidente, pero aún así no me pareció del todo desagrable como cualidad y escribí algunas cosas, que ahora no vienen al caso.

Hace menos aún leí Promethea, donde se habla del arquetipo de la justicia como la figura que se encarga de mantener los límites bien definidos.

De colocar cada cosa en su lugar y, con la precisión de una balanza, con el filo de una espada, evitar que se corran un milímetro de donde deben ir. Cuenta que Crowley redefinió la carta del tarot “La Justicia” como “La Justeza”. Dentro del delicado equilibrio de lo que existe, el aspecto de precisión y correspondencia en la distribución de las cosas.

Cada elemento en su lugar, sin errores ni concesiones, para que no se caiga todo.

La Justicia corresponde también al reinado de Geburah, el Zephirot encargado de filtrar las impurezas de la existencia. El hígado cósmico, el sistema inmunológico de la creación.

La definición de los límites, donde empieza y termina una y otra cosa.

Hace todavía menos, aprendí que los sentimientos no se explican sino que se expresan, tuve una pelea definitiva con mi madre y hermano y tras unos meses de distancia, Alicia sugirió espontáneamente retomar un ejercicio de visualización dirigida.

Mi primer sesión con Alicia consistió en un ejercicio que ella llama “desprogramación”.



Este ejercicio consistió, la primera vez, en una visualización realizada durante un trance hipnótico leve, inducido mediante relajación. El tipo de estados descriptos en “Bases mínimas”.

La desprogramación es el ejercicio pilar del método de Ali, pero cuenta con algunos otros, que mecha cada tanto, cuando lo considera necesario, en el tratamiento.

Las visualizaciones regulares con Alicia son, por asi decir, “libres” y espontáneas: no se busca particularmente nada, y se va actuando según lo que va surgiendo.
Esta era, por así decir, “sugerida”.

Las “sugerencias” son explícitas: “estás en tal lugar, enfrente de una pared blanca, de atrás de la pared sale tu padre”.

“¿Cómo lo ves? ¿Qué hace?”

“Tanteate la espalda: tenés una mochila. ¿Cómo es? ¿Es grande? ¿Es pesada?”

“Quitátela, dásela, y decile “esto es tuyo”.

“¿Qué hace?”

“Ahora, que se vaya. De atrás de la pared viene tu madre”

Etc.



La primera vez que hicimos este ejercicio, me saqué diferentes mochilas. Una relativamente grande para mi padre, quien me hizo creer que depende económica y emocionalmente de mi desde que tengo veinte años en un caso, y desde los cinco en el otro, y cada vez mas pequeñas para mi madre y hermano.

Casi un año después de hacerlo por primera vez, Alicia consideró oportuno rehacer este mismo ejercicio.

En ese año, Alicia trajo a colación diferentes figuras para usar durante las visualizaciones, incluída la de mi “guía”: una persona, ente o figura a la que recurrir cuando me encuentro muy desorientado.
Con esta figura tuve varios problemas, fundamentalmente por la desconfianza de mi parte hacia cualquier figura con estas connotaciones.

Tuve que reformular la figura varias veces, y algunas veces mi guía fue una versión de la carta del Ermitaño, otras fue una bola informe de energía robada de la historieta “Kamandi”, después el sol mismo y, finalmente, un gaucho con marcadas características indias llamado José.

José tiene un semblante particularmente fiero y decidido y, si bien en general transmite una imagen benevolente, no tengo dudas, al mirarlo, de que es capaz de matar.

La entrada en relajación y trance habituales incluyen imaginar o visualizar el descenso por una escalera, tras lo cual me pregunta Alicia dónde me encuentro, qué veo.

Regularmente encuentro paisajes llanos y arbolados, con un horizonte amplio y variado, por los que empiezo a deambular.



Esta vez, llevado por Alicia, busqué y creé una pared blanca, detrás de la cual saldría mi padre, a quien tendría que entregar, de nuevo, la carga que le pertenece y erróneamente portaba yo.

Mi padre salió de tras la pared blanca, con la mirada confusa y torpemente sonriente, sin terminar de verme, como quién trata de convencerse de que está en un sueño y de tomar una actitud confiada, en el filo entre la estupidez y la locura.

Y yo, al tantearme la espalda, encontré que no llevaba ninguna mochila.


Buscando en mi espalda encontré mi remera, y debajo de ella, una especie de protuberancia en mi piel.

Metí la mano bajo la ropa, y empecé a darme cuenta de que mi espalda estaba tomada por una especie de pústula, parte de mi propio cuerpo.

Mi padre me miraba, quieto y distante, desde la pared blanca, y detrás el horizonte de la llanura, cuando conseguí sacarme una de estas pústulas, como quien se quita una astilla de bajo la piel, pero no era una astilla, tampoco.

Era una especie de huevo negro mate, del tamaño de una berenjena, y supe que tenía toda la espalda tomada de ellas.

Me ví momentáneamente desde fuera de mi cuerpo, y ví cómo bajo mi remera se abultaban decenas de huevos negros en el dorso de mi cuerpo, como un pedazo de carne tomado por larvas.

Mezcla de asco, horror y necesidad, empecé a quitarme, pesadamente, todos los que pude, bajo la mirada de mi padre, constantemente opaca y desviada, estúpida y sonriente.

Llegué a quitar todas las que estaban al alcance de mis manos, pero había demasiadas todavía a las que no llegaba.

“Llamá a tu guía”, me dijo Alicia.

Vino mi guía y comenzó, con la punta de un cuchillo largo, a cortarme la piel y extirpar esos huevos de larva de mi espalda.

El frío me tomó, pero sabía que no tenía otro camino.

El trabajo fue largo, eterno, y cuando terminó con mi espalda, siguió con el reverso de mis piernas.

Ambos sabíamos que él no puede curar las cicatrices de su cuchillo.

Cerca del final, sentí que alguna de esas larvas tenía una especie de raíz conectada a mi abdomen, sentí ciertos tirones en el bajo vientre cerca de la pelvis que se fueron concentrando en mis intestinos, y de mi ano empezó a salir una anguila negra, larga, fría, que quedó en el piso, viva pero inerte, retorciéndose débilmente.

Finalmente, llenamos grandes y numerosas bolsas de larvas arrancadas de mi, y se las devolví a mi padre, diciéndole “esto es tuyo, no mío”. En algún lugar estaba la anguila también.

Mi padre sonrió una vez más con los ojos turbios, como si tuviera en su mano la carta final de despertarse en su cama y desvanecerme, y se fue a mi orden silenciosa, tras la pared.
“Ahora andá por tu camino”, dijo Alicia.

Dí media vuelta y caminé una cantidad de pasos que no recuerdo, algunos cientos de metros y encontré una veta de roca dorada, con algo que vi de reojo y no pude determinar si eran pepitas de oro o granos de maíz. Ambas ideas me parecieron auspiciosas, y Alicia me llamó de vuelta a la pared blanca. Debía enfrentar ahora a mi madre.



Su mirada era más alegre y cristalina que la de mi padre, pero tampoco la enfocaba en mi.
No sé qué verán mis padres cuando me miran, pero está claro que en el fondo de mi conciencia, no creo que sea a mi realmente.

“Tanteate la espalda”, me dijo Alicia y, sorprendido, encontré una mochila pequeñita.

La reconocí de inmediato: era una mochila de cuero que mi madre usó bastante, chiquitita y de correas finitas, también de cuero.

“Quitátela y dásela”.

Al comenzar a quitármela me volvió a sorprender su liviandad, pero en seguida descubrí otra cosa: sus correas no rodeaban mis hombros. Entraban en ellos. Giraban y comenzaban a dar vueltas y enroscarse dentro de mi pecho.

La carga de mi madre también estaba dentro de mi cuerpo.

Tirando salían de mi, pero eran metros y más metros.

Al terminar la sesión, Alicia me diría “estabas involucrado”, y “mientras lo contabas, vi un pulpo muerto”.



Tuve que llamar a mi guía de vuelta, que se hizo cargo de la tarea mientras yo me limitaba a sorprenderme a medida que las cintas corrían dentro mío, saliendo, y evidenciaban su presencia en todo mi cuerpo.

Sentí que mi pecho estaba lleno de ellas, y que al terminar de salir, desenvolvían mi corazón, apresado en bandas, en varias vueltas de correa.

Que mi cerebro también estaba vendado, apretadamente envuelto, aislado de mis ojos y de todo.

Supe que estábamos llegando al final cuando sentí las correas deslizarse por mis piernas y desocupar mis pies.

No podía creer que sentía la presencia de mi madre en mis pies.

Y el final se eternizó, porque de alguna manera, salieron un par de cientos de metros mas de cinta de mi espalda, a la altura del corazón, y de la cadera, por el sacro.

Finalmente con José envolvimos todos esos cientos de metros de cintas y correas en bolsas, y se los devolví a su dueña.

Chau, mamá.

Un nuevo paseo refrescante, y enfrenté a mi hermano, cuya carga esta vez resultó ser, raramente, un carrito de minero lleno.

De los tres, la mirada menos turbia fue la suya.

Pese a saber terminado el ejercicio, me tomé unos minutos más frente a la pared blanca, ahora desierta, por primera vez solo.

Sentía mi cuerpo imaginario liviano, compacto sin ser denso, definido, sólido. Fuerte sin pesadez.
Y totalmente propio.

Recordaba la sensación de las correas saliendo de mis pies y me preguntaba adónde me llevarían ahora, que volvían a ser míos.

7 comentarios:

  1. WOW! Gracias por compartirlo... llegó en el momento justo... ;-)

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  2. Me alegro mucho niña, esto es un servicio a la comunidad.
    Ejem... la comunidad somos vos y yo, pero no le digas a nadie...

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  3. Fuerte.... no podia sacar los ojos de la pantalla...
    Un abrazo grande para vos y mis respetos a José.

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  4. Meuge!
    Gracias!
    Serán dados.
    Tengo que agregar un comentario a pie de página sobre la formulación actual de esta figura, que cambió un poco...
    Beso!

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  5. Roge,como sabes mis comentarios son extensos papiros y confesiones.^^
    Por aca solo te mando un abrazo grandote! :)

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  6. áivi... espero tu comentario, pero vas a tener que tenerme paciencia con la devolución... estoy hasta las cejas de letras, otra vez, voy poniéndome al día como puedo... abracio!!

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  7. Hola, realmente nada es casual......... en estos momentos de mi vida, en que necesio decididamente ayuda, me encontre con tu blog y no pude mas que llorar al leer tu experiencia.
    Podria de alguna manera contactarme con Alicia para empezar con ella terapia ?? serias tan amable de pasarme algun mail ???
    Mil gracias y de nuevo, no existen las casualidades............. mi mail es alenador@yahoo.com.ar.
    Gracias,
    Alejandra

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