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jueves, 4 de febrero de 2010

Contacto con la Sombra


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Una de los mayores problemas que tuve en todo el desarrollo de mi terapia con Alicia Valero, fue la absoluta falta de confianza en mis propias sensaciones y criterios.
Ya Liliana Ortiz, una astróloga más que interesante, me había avisado que estos años estarían marcados por la caída de una estructura de engaños y mentiras en la que había sido criado.
Lo que no se me ocurrió en el momento, es que para que una red de mentiras se sostenga, uno debe creer esas mentiras, en detrimento de la propia percepción de la realidad.

Y que para que eso ocurra, uno debe desvalorizar la propia percepción de la realidad, de manera tan aplastante que lo que otra persona le diga tenga prioridad por sobre lo que uno ve.

Obviamente, en el momento en que uno empieza a descartar la mentira, empieza a acercarse a la realidad, esta vez por su propio pie y criterio. Pero la larga costumbre de descreer de uno mismo hace que la transición sea, por lo menos, complicada.
Uno simplemente no cree en lo que ve, no cree en lo que entiende y, por sobre todas las cosas, no cree en sí mismo.

Cuando se hace un trabajo de introspección tan profunda como el que realizo con Alicia, esto es un contratiempo muy, muy grande, porque en la introspección casi no hay más referente que uno mismo.
Afortunadamente, la guía de Alicia es constante, y benévola con las permanentes idas y vueltas de una persona que no confía ni en su sombra, literalmente.

Y afortunadamente también, buena parte del trabajo de terapia no corre a cargo de la mente conciente o del inconciente personal, con todas sus dudas, sino que es tarea de los estratos más profundos y orgánicos de la psique y del inconciente colectivo.
La ventaja es, mas o menos, la misma que si uno se lastimara la piel y tuviera que cicatrizarla dirigiendo mentalmente las plaquetas y el metabolismo regenerativo: es tanto más fácil y seguro dejar que se encarguen de ello las partes del sistema nervioso, inmunológico y metabólico diseñadas por la naturaleza a tal efecto.

Ya describí varias veces la forma de trabajo con Alicia: una hipnosis inducida por relajación permite el acercamiento al umbral de inconciente, pero manteniendo la presencia de la mente conciente regular. Aprendiendo a hacer el silencio mental necesario, esto permite que los contenidos del inconciente personal emerjan y sean re elaborados por el total del sistema o persona, con todos sus aspectos concientes, sub e inconcientes, personales y colectivos. Esto, por tendencia propia del organismo a a la salud, más la ayuda de Alicia como baqueana, permite que se realice la reconfiguración psíquica necesaria para pasar de ser una persona necesitada de tratamiento, a ser autónomo en la satisfacción de las necesidades y desarrollo de la propia vida.

En algunos casos, esto requiere la re toma de contacto con algunas áreas psíquicas con las que uno puede haber roto relaciones, o no haberlas desarrollado nunca.
El Niño Interno, el Yo Interno, Madre y Padre internos, El Guía Interno y La Sombra, son algunas de las figuras con las que tuve que trabajar. Parece que estaba bastante fragmentado, internamente.

En diversas sesiones tuve contacto con lados míos animales: a veces me identificaba con un oso, un cavernícola. Otras veces, con lados irracionales, violentos o resentidos. Algunos de ellos eran partes mías legítimas, otros eran deformaciones pasajeras, o perversiones de mi ser que la vida me había llevado a tomar por reales.

Los legítimos se caracterizaban por que de todas las emociones que me producían mis lados “oscuros”, la predominante era una especie de miedo reverencial.

Pero la sensación de miedo, en mi estado de confusión permanente, podía indicarme tanto un peligro real en el manejo descuidado o insatisfacción de algún aspecto psíquico mío, como solamente las defensas y resistencias de una fobia, complejo, mala costumbre o recuerdo traumático a desenterrar y erradicar.

Me faltaban criterios, sensibilidad, para diferenciar un estado de miedo de otro: ¿cuándo estaba siendo funcional a una resistencia, corriendo el riesgo de eternizar mi tratamiento, y cuándo estaba detectando un peligro real y pasando de ser un inocente en peligro a ser una persona con capacidad de auto cuidarse?

La historia de mi vida indica que tengo una tendencia peligrosísima a jugar con los límites, principalmente por no reconocer el dolor como una señal válida de peligro, y a hacerme daño de este modo.
Daños irreparables que me autoinflingí me llevaron contra las cuerdas y a terapia, y ahora estaba en el exacto esfuerzo de aprender a diferenciar un miedo razonable y al cual atender, del miedo al cambio, la maduración y la caída de los velos.

Fue la práctica de tarot la que me trajo la primer experiencia en mi vida adulta de una sensación a priori injustificable pero insoslayable, de rechazo hacia un consultante (a quien terminé no atediendo, y sintiéndome bien con ello) que me dió el primer parámetro de una medida interna clara: algo que definitivamente NO quería hacer, sin explicaciones pero con total claridad y conciencia.
“Bueno”, pensé “ahora me falta lo mismo pero por la positiva: algo que tenga una sensación tan clara de SI querer hacer”.

Eso aún no llegó, o al menos no de la manera en que lo esperaba y espero, pero si llegó un abanico de experiencias en la vida cotidiana donde las sensaciones intuitivas cobraron solidez, vigor y validez ante mis propios ojos, pasando a formar parte de las consideraciones importantes en que baso mis acciones cotidianas.

Ya sé: suena tan normal que uno se pregunta qué hacía antes de desarrollar esto, cómo vivía.
Les recuerdo que estoy contando mis experiencias de terapia. La vida no es gran cosa ahora, pero antes era un asco.

Lo que también llegó fué una sesión en particular.
Alicia me aplica un símbolo de re i ki, y apenas entro en trance visualizo, con una estética propia de “El extraño mundo de Jack”, una colina recortada contra el cielo nocturno, iluminada por la luz plateada de la luna, con una cabaña encima. La cabaña tenía una ventana cuadrada, por la que salía luz amarilla.

Una silueta graciosa que me representaba sube por la colina y entra en la cabaña. La cámara cambia a subjetiva, y veo como a través de mis propios ojos la puerta de la cabaña se abre por mi mano, mostrando una especie de taberna vikinga, con una mesa central rectangular, larga y llena de figuras vagamente familiares.

No podía ver frontalmente a casi ninguna de estas figuras, más que a un oso y un cavernícola, que en las últimas visualiaciones venían apareciendo juntos. Me pareció ver por ahí un caballo alado, también personaje recurrente de un tiempo a esta parte.

La cabecera de la mesa estaba presidida por una silla de características similares a las de un trono sin pretensiones, sencillo pero imponente, en el cual se sentaba una silueta totalmente negra.
Desde su contorno hacia dentro no se distinguía absolutamente nada.
Era evidentemente el jefe del lugar, se notaba mucho más alto y corpulento que yo. Pero internamente supe, desde el primer momento, que también era yo.

De alguna forma la mesa se corrió y nos encontramos frente a frente, teniendo el típico diálogo sin palabras de las visualizaciones. Cuando dialogo con alguna figura interna en estas instancias, el contenido me llega más por sensaciones que por discursos.

No estoy muy seguro de lo que me dijo en ese momento, porque mi atención estaba mayormente concentrada en una lucha interna entre el temor, la compulsión por ver debajo de la sombra, y la certeza de que no debía hacerlo.

Escribí en otro lado acerca de la conveniencia del tabú, así que estaba intelectualmente avisado del protocolo pertinente en este caso, pero lo que Alicia da en llamar “la interferencia de la mente personal”me inducía compulsivamente a querer develar la sombra, anteponiendo al mismo tiempo imágenes horribles sobre la silueta negra: fragmentos de mi cadáver descompuesto, monstruos y cosas que sabía irreales, pero no podía detener.

En cierto momento, siempre sin palabras, conseguí manifestar este estado a la figura en el trono, que aceptó una situación intermedia: “mientras todavía te produzca miedo” me dijo, traducido más o menos libremente de telepático sensorial a discursivo lineal, “no hace falta que me veas directamente”.

El ángulo de la situación cambió, no sé porqué, y se trasladó todo a la derecha de donde estaba el trono, donde apareció una muralla de negrura plena, aparentemente infinita. Yo sabía que terminaba en las paredes de la cabaña, pero no podía ni me interesaba ver dónde estaban éstas.

Yo sabía exactamente en qué dirección y a qué profundidad de la pared de negrura se encontraba la silueta negra, y la intensidad de la comunicación no varió.
Así que le manifesté mi conformidad con este estado de cosas, y agregué dos cosas que me soprendieron: una fue la aseveración, totalmente honesta, de que de ahora en más sabría siempre reconocer a esta presencia de entre todas las demás que pudieran querer venir desde ese lado del muro a hablarme, darme órdenes o hacerme pedidos en su nombre. No hay lugar a imposturas, porque ahora te conozco con certeza, y no hay confusión posible: voy a saber siempre cuando sos vos y cuándo es otra cosa.

Lo segundo fue, también sorprendente para mi, una especie de garantía de lealtad de mi parte hacia ella – él, en la que me comprometía a mantener contacto regular, para tomar nota de sus deseos y necesidades, y rendirle cuentas de mis acciones para satisfacerlos.

Al salir del trance, por supuesto, el símbolo que me mostró Alicia era el de “Paz con la Sombra”




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