De qué se trata esto?

martes, 22 de diciembre de 2009

Experiencia cercana a Live Li.


Para descargar el pdf y leerte esto cómodamente en el baño, el bondi o la cama, hacé click acá.



Una de las modificaciones que trajo el tiempo al método de Ali fue la inclusión regular de símbolos de rei ki.


Al muy poco tiempo de empezar, Ali me pasó un par de ellos para usar en mi práctica de tarot o cuando quisiera. El primero fue el “Live Li”, que tomé como una especie de sello de protección contra lo que fuera que sean las “energías negativas”. Entendí que producía una especie de rechazo magnético sobre esta categoría vaga de cosas que podemos llamar “mala onda”.

Más tarde, me enteraría de que en realidad su función no es “rechazar” malas ondas, sino “devorar energías negativas”.


Remarco: las devora.


Me acostumbré a usarlo, un poco por supersticioso y un poco más por su sencillez: uno dibuja con un dedo en el aire o en una superficie un símbolo muy rudimentario, consistente en un triángulo, apoyado sobre un arco, y dentro del arco una punta de flecha hacia arriba.

Si un cartel en la ruta pudiera avisar “a 100 metros, medusas de mar gigantes”, probablemente usara este signo para representarlas.

Creo que en caso de visualizarlo, el manual indica que debe ser de color rojo.

Se aposta en cualquier lugar que uno quiera “proteger”.

Casi dos años después de que me pasara este símbolo, llega la modificación antedicha, y Alicia empieza a usar los signos regularmente en las sesiones.

El modo de aplicación es a través de una especie de “mazo de símbolos de rei ki “ que le confeccionó de motu propio otra paciente, dibujando cada símbolo por separado sobre un cartón de unos 10 x 20 centímetros.

Deja este mazo cerca y, apenas completa la relajación guiada, antes de empezar las visualizaciones, toma alguna de las “cartas” al azar, y dibuja este símbolo sobre el paciente.

Habitualmente, las visualizaciones guardan mucha consistencia con la razón de ser de cada símbolo.

Claro, esto lo sabe uno cuando sale de la relajación, abre los ojos y ve cuál símbolo se le aplicó. Se hace así por varios motivos, y uno muy expreso es evitar la contaminación de ideas que puede ocurrir cuando la persona conoce el símbolo que se le aplica.


En cierta época, había yo retomado la práctica de artes marciales. Como tenía ganas de “bajar a tierra” y salir de lo teórico de algunas como el kung fu, capoeira, etc., empecé con una disciplina mixta que incluye formas de contacto (impacto) pleno, junto con proyecciones, llaves, y lucha grecorromana o jiu jitsu.

En estas me fue muy útil el background de mi tempranísima (y brevísima) práctica de Ju Do, donde aprendí la importancia de mantener el cuerpo pegado al del contrincante para paralizarlo, aplastando con el propio pecho las iniciativas de movimiento del otro.

Todo lo que practiqué hasta ahora de jiu jitsu incluye mucho de esta cercanía, como si uno quisiera “planchar” al otro con el propio cuerpo.

Para esa misma época, ya habia tenido una gran cantidad de experiencias con Alicia, incluyendo al menos una (que recuerde ahora) muerte, mía, visualizada y un par de vivencias de “sacarme cosas de adentro” de extraordinaria crudeza visual y emocional.

Pese a lo doloroso de estas experiencias (visualizaciones), se mostraron siempre necesarias en el momento, y provechosas al corto plazo. Así que, mal que mal, mis propias reticencias a “cortar por lo sano” iban desapareciendo con la práctica.

En esta sesión en particular, todavía había grandes resistencias de ciertos aspectos míos que preocupaban a Ali, que por algún motivo los llamaba mi “fijación con lo siniestro”.

Lo de “por algún motivo” es un chiste. Sé bastante bien lo que había en mi mente y corazón por esa época, y era siniestro.

Parte de eso será motivo de otro artículo.

Lo que importa ahora es que el devenir de esta sesión estuvo lleno de vaivenes, retorcimientos y sensaciones permanentes de estar evitando algo, hasta que de repente la imagen se transformó absolutamente, y me encontré mirando de frente el fondo de un charco poco profundo.

El lecho era marrón, el agua transparente, y hacia mi cercanía había una especie de barrera de negrura.

Al rato de presenciar esa imagen (la percepción del tiempo es a veces diferente durante una visualización) me doy cuenta de tres cosas: uno, no era un charco, sino alguna especie de agua más profunda.

Dos: yo era ese paisaje: el agua, el lecho y la barrera de negrura, todo era yo.

Tres: no estaba solo. Había alguien más en el fondo del lecho.




Nos estuvimos mirando un rato frente a frente, él desde el fondo del lecho y yo desde afuera.

No tenía casi nada de humano, excepto un algo en la mirada. Sus ojos eran dos manchas negras como gotas de tinta en una protuberancia en el lomo, que perfectamente podría haber tenido un cerebro rudimentario, quizás algo más que reptiloide. Brillaba en esa mirada una inteligencia no humana pero con propósito, con intención definida y tenaz.


No pude dilucidar cuál, y eso me producía cierta ansiedad.


Era una especie de manta raya de color perla lechoso, con dos aletas tubulares como tentáculos o bigotes y una cola partida.

Me miraba con esa percepción a la vez nítida y limitada que le adivinaba, y tanteaba la barrera de oscuridad que, de alguna manera, separaba ese lecho de arroyo que era yo, de otra parte de mí, que permanecía fuera de mi vista.

Sentí rechazo y antipatía por todo: por esa figura babosa que me tanteaba, por mi propia oscuridad, por el intento de este bicho inhumano de entrar y por el mío propio de mantenerlo fuera de no entendía bien qué espacio mío.

Se lo comento a Ali y ejecuto algo así como un parpadeo mental, que el bicho aprovechó plenamente: cuando vuelvo a fijar la atención en él, se había de alguna manera colado a través de la barrera de oscuridad y estaba exactamente en frente mío.

Se me arrojó encima de la misma forma en que yo había reaprendido a arrojarme sobre mis contrarios: sin darme ninguna oportunidad de nada y envolviéndome con su cuerpo, eliminando toda distancia y dominando la situación antes de que pudiera yo reaccionar de ninguna forma.


Literalmente, me puso una plancha de jiu jitsu.


Tras lo cual, comenzó a fundirse conmigo: atravesó mi piel rápidamente y empezó un proceso, mucho más lento, de filtrarse a través de mis huesos, especialmente mi cráneo, esternón y costillas.

Con el conocimiento de la práctica, supe simultáneamente que no tenía manera de defenderme, y que estaba bien que no la tuviera.

Una parte mía, desde el fondo de mis huesos, gritaba, sabiendo que iba a morir. Y otra parte mía suspiraba resignada, sabiendo que si algo de mí moría en este lugar, en esta circunstancia, es porque así debía ser. Mayores porciones mías habían muerto ya, en el ejercicio terrible de transformación que es la terapia para los muy necesitados.


Los ojos del pez todavía me miraban decididos, inexpresivos, a la cara, mientras seguía hundiéndose en mi pecho y matando algo de mí.


Agotado, salí del trance de visualización y Ali se manifestó muy contenta con el trabajo de ese día.

Tras más de dos años de lucha me dijo con claridad que, por primera vez, ya no estaba preocupada por mi fijación con lo siniestro: este día habíamos hecho lo decisivo para que no volviera a ser un problema nunca más. Me mostró el símbolo que me había aplicado al comienzo de la sesión.


Estaba, clarísima, la cabeza triangular de una manta raya, las aletas, la cola partida.


Desde entonces, la naturaleza de mis visualizaciones dió un vuelco radical, del que ya hablaré.

Y ahora, cada vez que planto el live li, en vez de sentirme colgando un cartelito, siento que invoco un temible, muy temible perro guardián, y lo imagino serpenteando por las superficies protegidas, manteniendo limpio el lugar, cazando, predando.


Devorando.






















jueves, 10 de diciembre de 2009

Bases mínimas

En este texto se presentan unos cuantos hechos y otras cuantas ideas que sirven de base para lo que sigue en el futuro. Es bastante extenso, si...


Parte fundamental de mi camino por lo irracional, intuitivo, arquetípico, emocional, existencial, en la búsqueda de orden que comencé como terapia, es la compañía perseverante de Alicia Valero, mi terapeuta desde diciembre de 2006.
Su método de trabajo es una variante de sofrología con base taoista y orientación junguiana que poco a poco empecé a desentrañar, llevado por mi tendencia a desarmar todos los relojes.
Complicó mi afán explorador el que Ali esté en permanente evolución por lo que en buena medida la terapia que estoy haciendo ahora no tiene exactamente los mismos métodos ni objetivos que la terapia que hacíamos al comienzo.

No me quejo: es cada vez más fascinante, anche desconcertante.

Desde el comienzo, una sesión regular se desarrollaba de la siguiente manera: un poco de charla sobre la semana, la vida, las sensaciones, etc.
Hubo un tiempo en que estas charlas fueron disminuyendo y reaparecieron al consolidarse la amistad entre ella y yo: en términos generales, Alicia siempre pareció considerar estas charlas más un placer personal que una necesidad del trabajo.

Inmediatamente pasábamos a una relajación guiada (“tus pies pesan, todo tu cuerpo pesa”, etc., etc.), y alguna visualización de transición: una escalera o un tobogán son las más comunes.

Hace muchos años, en base a experiencias espontáneas y orientado a los intereses del momento, escribí un artículo titulado “masaje y psicodelia”, donde describía un eje imaginario que va desde el estado de vigilia total hasta el de sueño profundo, y tiene un correlato con el estado físico.
Básicamente indicaba que, a mayor relajación, mayor presencia de la actividad onírica, sin necesariamente suprimir la vigilia de la mente conciente.
Esto significa que, llegado cierto nivel de relajación, uno puede presenciar en su estado mental, una actividad muy similar a la que tiene cuando está soñando.

Grosso modo, uno puede presenciar, despierto, sus sueños. No es exactamente esto, pero la idea va por ahí.
El trabajo con Alicia empieza en ese estado de conciencia, en cada sesión.

Cuando uno está en este estado umbral entre la vigilia y el sueño, la actividad mental comparte las características de la actividad onírica, y pueden aflorar contenidos del subconciente, de la misma manera en que afloran en los sueños: simbólicamente.
Pero en estas condiciones, el contenido emergente no se olvida, y el simbolismo puede ser incorporado a la mente conciente, dando lugar a un proceso de re elaboración.

Habitualmente estos contenidos emergen a la conciencia en forma de metáforas visuales: uno “ve” imágenes, del mismo modo que “ve” los sueños con los ojos cerrados.
Estas “visiones”, comúnmente llamadas “visualizaciones” tienen una importante carga simbólica, por lo que pueden traer asociadas emociones e ideas.
A veces, la experiencia es muy intensa: tan intensa que, aunque uno no la confunda con la realidad, su contenido emocional lo arrastra de igual manera y uno llora la tristeza de la imagen, combate su violencia o disfruta su alegría.

Meses después, me iría enterando por mi cuenta de que el famoso “método de control mental Silva”, así como muchas prácticas de magia tradicional, occidental y oriental, tienen lugar en un estado de conciencia similar.
La diferencia importante radica en que, regularmente, el control mental o la magia buscan llegar a ese estado de conciencia umbral entre la vigilia y el inconciente para mandar de modo unilateral, “órdenes” al sub e inconciente, generando de este modo una “programación” que ponga los poderes del inconciente al servicio de la voluntad, o el capricho, del practicante o mago.

Esta práctica parte de dos premisas: uno, la de que el inconciente tiene mayores poderes que la mente conciente. Si estos poderes mayores son puramente perceptivos, o tienen también capacidad de afectar objetivamente los hechos, es tema de debate en el mismo ambiente, y no es necesario dilucidarlo ahora. Para continuar con el tema del artículo, daremos esta premisa por cierta.

La segunda premisa es que el inconciente está inactivo, a menos que le ordenemos algo.

Si esta premisa es errónea, como creo, este tipo de prácticas implican el grave peligro de atosigar al inconciente personal de tareas caprichosamente asignadas por lo que la persona considere importante en cada momento, sea conseguir dinero sin trabajar, sexo sin intimidad o la generación de una habilidad tal vez innecesaria.
Los ejemplos, lamentablemente, son muy corrientes: la gente tiende a usar este tipo de prácticas para tratar de saltarse pasos en la evolución natural de las cosas.
Estas tareas impuestas pueden entorpecer tareas más legítimas del sub e inconciente, complicando la vida del practicante.

En el sistema de Alicia, en cambio, en vez de enviar órdenes al subconciente uno se acerca al punto de umbral y se queda callado, permitiendo que se expresen los contenidos inconcientes. Por algún bug de diseño en el ser humano, los contenidos erróneos del sub e inconciente no pueden ser elaborados in situ, sino que necesitan pasar primero por la conciencia, comprenda ésta su simbolismo o no.
Una vez vistos, comienza el proceso de re elaboración, llevado a cabo mayormente por el inconciente.
Esta es una de sus tareas “legítimas”: promover una formulación de equilibrio en el sistema psíquico que sea óptima para la realización de las necesidades particulares de cada persona, en cada etapa de su vida.

Para terminar de sentar las bases del material que constituirá los próximos artículos explícitamente y con el menor espacio a ambigüedades, es necesario todavía presentar algunos conceptos más.

Desde la perspectiva junguiana, hasta donde alcanzo a entender, la mente se puede dividir grosso modo en:

-mente conciente (individual), donde reside la noción de ego que experimentamos y desde la que nos relacionamos con el mundo cotidianamente. Asumo que, por más que parezca ser la parte que controla la conducta, y mayormente lo sea, en general casi todos sus contenidos están pre determinados por el juego entre las demás partes.

-mente inconciente colectiva, donde residen las matrices que hacen posible el pensamiento, los símbolos primigenios para interpretar las vivencias que devengan, llamados en general “arquetipos”. Estos símbolos primarios son extremadamente complejos, variables, posiblemente indefinibles y universales: todos los seres humanos tenemos el mismo repertorio, pero el individuo no “usa” los arquetipos de modo “puro” en principio, sino que genera sus propias versiones de cada arquetipo en base a su experiencia vital. Asumimos la premisa de que sin estas matrices simbólicas, la interpretación del mundo y la experiencia no sería posible.
Dado que todos tenemos los mismos contenidos arquetipales, las diferencias entre el contenido psíquico de una y otra persona se encuentran entonces en la:

-mente inconciente individual, donde residen las variantes personales de los arquetipos que la experiencia histórica y vital del individuo forja. En este espacio se produce lo que doy en llamar “reprogramación”.

- mente subconciente (individual): un espacio membrana o pasillo entre la conciencia y los inconcientes “colectivo” e “individual”.

Entiendo que los modelos arquetípicos sanos permiten una interpretación y respuesta adecuada a los vaivenes de la vida, y que un modelo individual deficiente merma la capacidad de respuesta a la vida, y la calidad de la misma consecuentemente.

El trabajo de Alicia consiste en permitir el flujo adecuado de contenidos entre las partes descriptas, para que el sistema u organismo psíquico del paciente pueda evaluar el estado del inconciente personal y tomar del colectivo lo necesario para “reparar” lo que considere necesario.
El resultado es un cambio radical en los marcos cognitivos del paciente: la manera misma en que ve y encara la vida.
Idealmente, al terminar el tratamiento la actitud del paciente se basa en patrones de pensamiento más cercanos a los arquetípicamente puros.

Hay dos herramientas clave que logré distinguir en el sistema de Alicia que el sub e inconciente usan para cumplir su tarea: la “computadora” y “la galería de personajes”.


La “computadora” no reside en la conciencia regular ni en el inconciente colectivo, sino en el espacio intermedio del subconsciente e inconciente personal, y tiene manejo de un campo amplio de cosas: las respuestas conscientes, inconscientes, voluntarias e involuntarias de la persona y de su organismo, porque así se asegura la mayor eficacia en su función, que es la de minimizar la energía y tiempo dedicados a calcular y evaluar situaciones, para optimizar la capacidad de respuesta.

La mente conciente tiene una especie de “arreglo” con la computadora, tal que le delega la responsabilidad de dar respuesta a un montón de cosas, para estar ella misma libre de atender a otras.
Como ocurre regularmente este fenómenos parece ser: el individuo enfrenta un problema. Lo resuelve con el concurso de todo el sistema psíquico, incluídas sus mentes conciente e inconciente. Sintetiza una respuesta adecuada por si el problema vuelve a presentarse. Delega la aplicación de esta respuesta a la computadora. Cada parte con sus asuntos.
La respuesta es siempre correcta y la mejor para las condiciones del momento.


Y aquí llegamos a la potencial fuente de problemas: la realidad verdadera, inmediata, no es asunto de la computadora: para eso están la mente conciente y otros mecanismos ubicados en el inconciente.
O sea que si las condiciones cambian, la computadora sola no se entera, y sigue repitiendo las respuestas programadas a cada estímulo.

Pero siempre, en algún momento, las condiciones cambian, y hay que modificar la programación.

Parte fundamental de la programación se gestiona a través de la “galería de personajes”, que parece ser un conjunto de símbolos complejos que sirven de marco cognitivo macro, definiendo todo lo que uno cree y espera del mundo.
Pareciera ser la formulación que el individuo hace de cada arquetipo en base a sus experiencias vitales.
Aquí reside, por ejemplo la imagen femenina y masculina básica, o cómo la persona cree que es/son la masculinidad y femineidad, y por tanto los hombres y mujeres, y por tanto la relación entre los sexos y géneros, y con ello una buena porción de sus ideas acerca de cómo debe una persona comportarse en sociedad, qué objetivos tener en general, etc.
La galería puede tener contenidos erróneos, cuya reparación o reemplazo es parte necesaria de la reprogramación y curación del paciente.

La galería de personajes, al igual que la computadora, aparentemente reside en el inconciente personal, y su reformulación se logra a través del contacto con el inconciente colectivo, del cual el organismo extrae las imágenes arquetípicas con las cuales (más la suma de nuevas experiencias de la vida cotidiana, discriminadas a tal fin) reconstruye la psique, confeccionando mejores imágenes para la galería.
Si uno tuvo una madre poco afectuosa, por ejemplo, parte del trabajo es recuperar del inconciente colectivo el arquetipo “madre generosa” y reconstruir la imagen materna del inconciente personal, con lo cual todas las atribuciones asociadas a la madre (la sensación de contención, de generosidad, la sensualidad y otras muchas) se benefician de esta reparación, y la sensación subjetiva de la persona hacia un montón de aspectos de la vida, cambia de manera concomitante.
Es muy importante esta idea de que la mayor parte de la mente inconciente trabaja de modo metafórico, porque es lo que permite que todas las analogías derivadas de un concepto central actúen o se expresen en los marcos cognitivos.

Por poner otro ejemplo: una mala relación con el padre puede hacer que el sujeto no conforme un buen ejemplo individual del arquetipo masculino. Que en su galería, el personaje “papá = hombre”, no complete bien algunas de las características del arquetipo. Esto, eventualmente, puede traer al sujeto problemas en cualquiera de las áreas derivadas: desde su sexualidad hasta su relación con la autoridad o con la capacidad asertiva.

Además de las figuras evidentes recién planteadas (papá y mamá), hay otro conjunto, de dimensiones que no conozco, de arquetipos y figuras, no tan claramente asignables a lo cotidiano, pero igualmente significativos, según mi experiencia.

Algunas de las figuras de la galería pueden ser activamente usadas para el trabajo de reconstrucción: durante el primer año, Alicia trajo a colación diferentes figuras para usar durante las visualizaciones, incluída la de mi “guía”: una persona, ente o figura a la que recurrir cuando me encuentro muy desorientado. Hago un poco de hincapié en ella, porque fue muy recurrente durante bastante tiempo, y la van a ver aparecer varias veces en los textos próximos.

Tuve varios problemas con esta figura, fundamentalmente por la desconfianza de mi parte hacia cualquier figura con estas connotaciones.
Tuve que reformularla varias veces para acomodarme a ella, y algunas veces mi guía fue una versión de la carta del Ermitaño, otras fue una bola informe de energía robada de la historieta “Kamandi”, después el sol mismo y, durante un largo período, un gaucho con marcadas características indias llamado José.

Al momento de escribir, mi guía suele ser una mezcla de apariencias entre un pilar de luz en el que se entreve una figura humana, y una versión “aria” de mi mismo, más alta y armónica en general.

Otras figuras recurrentes en el trabajo son las de mi Niño Interno en versiones de diferentes edades, mi Sombra interna, padre y madre.
Durante una visualización regular, la aparición de estas figuras tiene las características de un sueño o una realidad virtual, en la que “veo” permanentemente una figura con la que me identifico en primera persona: me “veo” a mí mismo circulando por el escenario que surja en cada visualización. Y “veo” a estas figuras, e interactúo con ellas. Creo que en términos generales el que aparece como “yo”, la figura con la que me identifico en la visualización, es una representación de mi conciencia regular, de vigilia, o el “ego” conciente, y todas las demás figuras son porciones de mi sub e inconciente.
Correspondientemente, en la visualización estas figuras tienen independencia de mi (del yo visualizado que representa a la porción conciente de mi mente), y de hecho muchas veces estamos en conflicto. El objetivo general de la terapia es lograr la conciliación entre estas figuras/partes de mi psique y la conciencia.

A partir de cierto momento en el desarrollo propio de Alicia como terapeuta, ha ocurrido espontáneamente que símbolos de rei ki actuaran de modo parecido a algunas de estas figuras.
De las interacciones que desarrollo durante las visualizaciones con estas figuras, se deriva gradualmente la reprogramación de la computadora, permitiendo que nuevos marcos cognitivos y patrones de conducta sustituyan los conflictivos que me trajeron en primer lugar a terapia.
De ahora en más, iré posteando las transcripciones de algunas sesiones para ilustrar estos conceptos. Las sesiones que dé mi pudor para reproducir, o las que recuerde de manera adecuada para narrar, o las que tengan contenidos pasibles de ser vertidos en palabras.

Nos estamos viendo.